jueves, 27 de octubre de 2011

UPS!

El profesor Franz de Copenhague terminaba de ajustar la última pieza de la máquina que estaba construyendo cuando sonó el timbre de la puerta de su laboratorio secreto en Meyrin, cerca de las instalaciones del CERN. Se acercó al interfono y vio en la pantalla el rostro del coronel Johannes Weissmüller, de los servicios de inteligencia suizos. Pulsó el botón para abrir la puerta exterior y al cabo de unos minutos recibía al coronel y a un desconocido apuesto y elegante de unos cuarenta años que le acompañaba.
— Profesor Franz, ¿qué tal?
— Bien, gracias, coronel. Hace buen tiempo para esta época del año, ¿no le parece?
—  En realidad ahora mismo está lloviendo.
— Por suerte siempre tengo un paraguas en el laboratorio.  No esperaba su visita hoy, ¿qué le trae por aquí?
— Tenemos un problema. Acaban de encontrar al doctor Eisenstein muerto en su coche, mientras venía a trabajar. Y han desvalijado su casa. Se han llevado su ordenador, y también el portátil que siempre llevaba en el coche. Sus llaves, maletín, documentos, todo.
— ¿Muerto? ¿Cómo? ¿Dónde?
— Un tiro. Un francotirador. — respondió el otro hombre.
— Y usted, ¿quién es?
— Perdone profesor, — se excusó el coronel — no les he presentado. Vondt, Jakob Vondt.
— Encantado, señor Vondt.
— El comandante Vondt es el mejor agente de los servicios suizos de inteligencia — aclaró el coronel — Ingeniero informático y agente de campo entrenado por la CIA, el MI6 y el Mossad, además de especialista en asuntos económicos. Le he pedido que me acompañe porque la muerte de Eisenstein nos obliga a cambiar de planes.
— ¿Cambiar de planes?
— Sí. Quienquiera que fuera el asesino y sus cómplices que robaron los ordenadores de Eisenstein tienen ahora toda la información del proyecto “Cronos” y no podemos permitir que la utilicen.
—  Pero los archivos de Eisenstein están protegidos por claves de seguridad, ¿no? ¿Usted cree que podrán descubrirlas?
—  Me temo que sí, el profesor Eisenstein nunca ha sido muy precavido con estas cosas. Estaba convencido de que tan poca gente estaba al corriente de nuestro proyecto que sus claves eran muy poco seguras. Cualquier hacker un poco hábil las descubrirá.
— ¡Oh!, vaya, eso sí que es un inconveniente.
— Caramba, profesor, ¿pasó mucho tiempo en Inglaterra? —  intervino irónico el agente secreto.
Al profesor se le heló la sonrisa, que se cayó al suelo donde se rompió con un sonoro crujido.
— Pues sí, unos cuantos años en la universidad de Cambridge…
Weissmüller interrumpió la cortés conversación.
—  El agente Vondt es a quien hemos estado entrenando para llevar a cabo la operación. ¿Está lista la máquina?
— Sí, hace un rato que acabo de instalar las últimas piezas y terminar de ajustar los instrumentos.
— Perfecto. Vondt la estrenará. Necesitamos que retroceda en el tiempo veinticuatro horas e impida el asesinato de Eisenstein.
— ¡Pero si todavía no la he podido probar! Las primeras pruebas no estaban previstas hasta la semana que viene y todavía no me han traído a los chimpancés que íbamos a enviar en el primer viaje.
— Correremos ese riesgo.
— El agente Vondt tampoco conoce la máquina.
— Sí que la conoce. Recuerde que hemos construido un simulador a partir de los planos que nos entregó usted.
— Tampoco sabemos qué puede pasarles exactamente a las células humanas al estar sometidas a la energía necesaria para crear el agujero de gusano que nos permitirá viajar en el tiempo con esta máquina, ni qué efectos podrá tener sobre ellas el desplazamiento en el tiempo.
— Todas las simulaciones y cálculos predicen que no puede pasar nada. El aislamiento de la cabina está calculado para eso ¿no?
— Sí, claro, pero no dejan de ser teorías, simulaciones y predicciones. No hasta que la probemos varias veces con los chimpancés y analicemos los resultados de las pruebas.
— Correremos ese riesgo, y Vondt ya es consciente del peligro. Usted deje la máquina programada para que esté de regreso varios minutos después de la hora de salida, por si ocurriera algún imprevisto y Vondt no estuviera en condiciones de hacerlo él mismo. Debemos actuar de inmediato, de lo contrario las consecuencias pueden ser desastrosas.
— Pero… tampoco sabemos qué consecuencias puede tener cambiar el pasado.
— Pronto lo averiguaremos, ¿no le parece? Además, ese era de todos modos nuestro plan original. Regresar al pasado y modificarlo para que nuestra economía dominara el mundo y la banca suiza controlara todos los movimientos financieros del mundo. Llevamos años preparándolo, estudiando los puntos donde realizar los cambios y analizando los problemas de las paradojas, las líneas temporales relativas y el retroceso cuántico. No podemos dejar que se nos vaya ahora al traste.
— ¿Sabemos al menos quién ha asesinado a Eisenstein y robado la información?
— Sospechamos de una organización secreta de físicos fundamentalistas religiosos que se hace llamar “Defensores del sagrado tiempo”. — Respondió Vondt. — Se trata de una  organización secreta fundada a principios del siglo xvi y que reapareció en 1969, cuando uno de los monjes de San Basilio descubrió en el interior del Códice Atlántico, que estaban restaurando, un documento oculto, los planos de Leonardo de Vinci de una máquina para viajar en el tiempo. Al parecer, la máquina de Da Vinci debía construirse en el interior del túnel de viento que inventó para probar sus máquinas voladoras.
—  Interesante, desconocía la existencia de esta organización.
—  Ya le he dicho que era secreta, profesor.
— ¿Y qué proponen hacer ahora? — El profesor Franz miró, interrogante, a Vondt y a Weissmüller.
— Retroceder en el tiempo un día, e ir a buscar a Eisenstein y llevarlo a un lugar seguro para impedir que lo maten. Tenemos un piso franco disponible en esta zona, cerca de la entrada del CERN. Y el dispositivo de seguridad lleva tiempo montado en previsión de cualquier posible incidente.
— ¡Ah, la eficacia suiza! Muy bien — asintió el profesor en tono resignado. — Vamos allá. Señor Vondt, ahí tiene la máquina. ¿Lleva usted equipaje o material que necesite?
— Sí.
— Le aconsejo que no lo lleve encima. Y que se quite toda la ropa, por si acaso. Tiene una caja en la cabina donde guardarlo todo. Asegúrese de cerrarla bien.
— De acuerdo.
Vondt se dirigió a la máquina, dudó un instante antes de entrar, respiró hondo y se introdujo en la cabina ovalada con paso firme. Era bastante amplia, podía permanecer en pie en ella, y el único equipamiento, aparte de todos los controles, eran una silla en el centro y un baúl hermético pegada a ella. El profesor Franz cerró la escotilla tras él y salió del laboratorio en compañía de Weissmüller. Cerraron y sellaron la puerta y se instalaron en la sala de control.
Franz encendió la radio, conectó la cámara de la máquina Cronos y se acercó al micro.
— Vondt, ¿está usted bien?
— Afirmativo.
— ¿Oxígeno?
— Niveles correctos.
— ¿Temperatura?
— 26 grados.
— ¿Presión?
— Una atmósfera.
— Introduzca hora, día y año de destino, y longitud y latitud del punto geográfico al que desea llegar — Se volvió hacia el coronel — Es de manejo muy sencillo,…
— Nueve cero cero de la mañana, 29 de febrero de 2015. A 46°13’ norte y 06°06’este.
—… tiene una pantalla táctil inspirada en el iPad 16.5.
— ¡Profesor, ya está! — se  oyó a Vondt por el altavoz de la radio.
— ¡Ah sí! Perdone señor Vondt. Introduzca ahora la hora, día y año previstos para iniciar el viaje de regreso. Recuerde que la máquina regresará sola si usted no está en su interior en el instante preciso programado.
— Muy bien, no lo olvidaré. Hecho.
— Y por último, los mismos datos del momento al que desea regresar. Ahora son las doce y cinco minutos de la tarde del día 1 de marzo del 2015.
— El regreso a las doce y quince minutos de la tarde del 1 de marzo del 2015. A 46°13’ norte y 06°06’ este. Ya está.
— Muy bien. Vamos allá entonces. Active ahora el control de encendido de los aceleradores de partículas. El resto se activa automáticamente. ¡Buena suerte!
— ¡Buena suerte Vondt! — coreó el coronel Weissmüller.
El profesor y el coronel se pusieron las espesas gafas oscuras que había sobre la mesa de control y Franz se recostó sobre el respaldo de la silla. Al otro lado del grueso cristal que separaba la sala de controles del laboratorio, la cápsula ovalada empezó a girar sobre si misma, se encendió una luz blanca que alcanzó una intensidad cegadora, el zumbido de los aceleradores de partículas fue en aumento hasta hacerse casi ensordecedor y, de repente, se hizo el silencio, la cegadora luz blanca desapareció y la plataforma sobre la que se hallaba la máquina apareció vacía. Los dos hombres se quitaron las gafas protectoras.

El comandante  vio pasar el extraño objeto. Se giró hacia su copiloto, Arnie Schwarz, un androide de última generación, y se lo señaló.
— ¡Míralo! Ahí está otra vez.
Arnie miró el objeto no identificado y analizó los datos que recibía de él. Al cabo de unos segundos contestó:
—Tiene problemas. Parece una crononave muy primitiva. Es la tercera vez que nos la cruzamos por esta línea temporal — El parpadeo de las minúsculas LEDs  rojas en sus pupilas indicaba que todos sus chips estaban procesando datos a una gran velocidad. — Intenta hacer coincidir las líneas de tiempo, a ver si puedo comunicarme con la computadora de a bordo.
— Muy bien, reduzco la carga energética.
— Ya está, mantente ahí si puedes.
Arnie orientó su vista hacia el extraño objeto y el parpadeo de sus rojas pupilas se aceleró. Al cabo de unos instantes se volvió hacia el comandante.
— Efectivamente, es un vehículo muy primitivo para viajar en el tiempo. Los datos indican que ha entrado en el bucle infinito de una curva temporal cerrada de la que no puede salir. Parece que en su interior hay un ser vivo, pero inactivo.
— ¿Un bucle infinito? ¿Cómo es posible?
— Lo ignoro. No tengo datos suficientes para dar respuesta a esa pregunta.
— ¿Puedes intervenir su sistema de navegación para hacerlo salir del bucle?
— Lo intentaré. El sistema es muy rudimentario. Necesitaré el teclado.
— ¿El teclado? Pues sí que es antiguo. Suerte que siempre llevamos uno por si acaso fallan los otros sistemas.
Arnie permaneció en silencio unos minutos, mientras tecleaba en el antiquísimo mecanismo de entrada de datos a la computadora.
— Creo que ya está. He logrado entrar en su ordenador e instalar un programa de acceso remoto para poderlo controlar desde aquí. Vamos a ver si funciona. Regresemos, espero que ese trasto lo haga con nosotros.
Unos minutos más tarde, en el hangar de llegada de la base, una lluvia de partículas se transformaba en la crononave del comandante Chita. Jane, la ingeniera de guardia, ya estaba a punto de cerrar el agujero de gusano por el que había regresado, cuando apareció otra nube de partículas que, una vez reunificadas, se transformaron en un extraño objeto.
— Comandante Chita, ¿qué diablos es eso? — lanzó extrañada en dirección al micrófono.
— A saber. Estaba perdido en un bucle temporal. Lo hemos traído porque al parecer hay un ser vivo en su interior.
Jane se aseguró de que el agujero estaba bien cerrado y entró en el hangar de llegada.
Chita y Arnie desembarcaron de su crononave y se acercaron al extraño objeto en forma de huevo. Encontraron una escotilla, la abrieron y, en el interior encontraron un hombre desnudo sentado en el sillón central de la cabina.
— ¿Un hombre?
— Eso parece, Jane — respondió el comandante.
— ¡Y en pelotas! — comentó la ingeniera. Se quedó mirando fijamente el vientre  desnudo del hombre. — ¡Uau! Hace tiempo que no veo uno así de este tamaño.
— ¡Tranquila!, ya tendrá tiempo para eso.
— Lo dudo, no creo que él pueda ya. Una lástima… ¿Está vivo?
Arnie se acercó al hombre y le puso la mano ante el rostro. Sus sensores táctiles detectaron vida.
— Vivo, pero inconsciente. Llevémoslo a la enfermería, a ver qué podemos hacer por él.
Lo colocaron sobre una camilla y lo llevaron a la enfermería.
— ¡Doctor Who! Le traemos un paciente, un hombre inconsciente.
— ¿Un hombre? ¿Qué le ha pasado?
— No sabemos — respondió Arnie — No tenemos datos suficientes para saberlo. — Le explicó entonces con todo detalle y gran precisión cómo y dónde lo habían encontrado.
— Colóquenlo en esa cama. Enfermera Thatcher, conéctelo al escáner de diagnóstico, a ver qué le pasa y si podemos reanimarlo.
— Sí doctor.
— Doctor, Arnie y yo nos vamos a examinar la nave de ese hombre, o lo que sea ese aparato — se despidió Chita.
El doctor se sentó en una mesa ante una serie de controles, pantallas y diales, e inició el mecanismo de diagnóstico rápido del escáner.
— Está vivo, las constantes vitales están bien, tan sólo ha perdido el conocimiento. Lo reanimaré.
El doctor acercó una mascarilla de oxígeno al rostro del extraño e inyectó en el conducto un complejo de sales. La respiración del extraño se aceleró, y empezó a parpadear. Por fin, su respiración se tranquilizó, abrió los ojos y el doctor Who le retiró la máscara.
— Buenos días — saludó el doctor.
— Buenos días, — respondió el extraño, mecánicamente. Se sobresaltó al oír su propia voz.
— ¿Cómo se encuentra?
El extraño echó un vistazo a su alrededor y preguntó, extrañado..
— ¿Dónde estoy? ¿Un hospital? ¿Qué ha pasado?
— Enfermería de la base de crononaves de Roissy CDG. Soy el doctor Who, y ella, la enfermera Thatcher. En cuanto a qué ha pasado, tal vez nos lo pueda explicar usted. Le encontraron perdido en el bucle infinito de una curva temporal cerrada, una línea de tiempo en la que había usted quedado atrapado y de la que le hemos sacado mediante…
— ¿Qué…? ¿Bucle infinito… curva… temporal cerrada? Oiga, ¿podría usted traducir todo eso en algo que yo entienda?
— Eso es de escuela primaria. ¿De dónde viene usted? —  respondió sorprendido el doctor.
El extraño se incorporó en la cama, a la defensiva.
— Y ustedes, ¿quiénes son?
— Ya se lo he dicho, doctor Who y enfermera Thatcher, de la base de crononaves de Roissy CDG…
El comandante Chita entró en aquel momento en la enfermería llevando ropa en la mano.
— He encontrado esto en el aparato de ese hombre, supongo que debe de ser su ropa.
 Al desconocido, estupefacto, por poco le saltan los ojos de las órbitas.
 — ¿Qué…? ¿Qué es eso? ¿Un mono que habla?
— ¡Oiga, señor, más respeto!— respondió Chita, ofendido.
El doctor miró al hombre, luego a Chita.
— Le presento al comandante Chita. Él y su copiloto Arnie Schwarz son quienes le han rescatado y traído hasta aquí.
— ¡¿Un mono, me ha rescatado un mono?!
El doctor colocó su mano sobre el hombre del comandante como para tranquilizarlo y retenerlo.
— No señor, un mono, no. — aclaró el doctor Who. — Un chimpancé, y no se trata de un chimpancé cualquiera. El comandante Chita es del género Pan sapiens, una variante de chimpancé modificada genéticamente a finales del siglo xxi. Arnie, por su parte es un androide de última generación…
Dejó de hablar, ante la expresión estupefacta del hombre en la cama. Chita decidió tomar las riendas de la conversación.
— Creo que será mejor que procedamos a la inversa, doctor. Señor,… señor, ¿cómo se llama, por favor?
— Vondt, Jakob Vondt.
— Encantado de conocerle, señor Vondt. — levantó hacia él su peluda mano y Vondt, instintivamente, se sintió inclinado a rechazarla, pero la cortesía y la amabilidad del chimpancé le desconcertaban tanto que, mecánicamente, tendió la mano y se la dejó estrechar. — Muy bien, señor Vondt, díganos ahora, ¿qué hacía perdido en el tiempo?
Vondt vaciló unos instantes, antes de contestar, pero ante un chimpancé parlante al que llamaban comandante, ¿qué sentido tenía guardar el secreto de su misión? Por otra parte, tenía que averiguar qué había pasado.
— No tengo ni idea. Lo último que recuerdo es que tenía la misión de retroceder en el tiempo veinticuatro horas para impedir un asesinato y, para ello, me embarqué en una máquina construida por el profesor Franz de Copenhague.
En aquel preciso momento, la ingeniera Jane entró en la enfermería.
— ¿Franz de Copenhague? — preguntó.
— Sí, ¿lo conoce? — la mirada de Vondt quedó clavada en las marcadas curvas de la ingeniera, y en el vertiginoso escote que el ajustado mono de trabajo no ocultaba. Levantó las rodillas para ocultar la erección que solía provocarle este tipo de apariciones, pero la erección apenas duró un instante.
Jane estalló en carcajadas, dominada por una risa incontenible que duró varios minutos. A Vondt le extrañó que debajo de la sábana no ocurriera nada más.
— ¿Conocerle, conocerle dice? — logró decir entre hipidos y secándose las lágrimas que le corrían por las mejillas. — Perdone, en seguida vuelvo, tengo que ir al lavabo — salió a toda prisa, todavía riendo y sujetándose las costillas.
— La señorita es una autoridad mundial en el campo de la historia de la ciencia, ¿sabe? Es doctora cum laude en paleoantropología científica, especializada en la ya obsoleta mecánica cuántica y sus aplicaciones al campo de la medicina humana en el siglo xxi, y doctora en astrofísica molecular, también con calificación cum laude. Y es además una de las mejores ingenieras de crononaves de…
— Perdone, señor… — se excuso Jane, que acababa de regresar.
— Vondt, Jakob Vondt.
—... señor Vondt. ¿Puedo llamarle Jakob?
— Siempre que usted quiera, señorita…
—  Mansfield, Jane Mansfield. Puede llamarme Jane.
—… señorita Jane.
— Le ruego que perdone mi ataque de risa, no quise ofenderle. Me sería imposible conocer en persona al profesor Franz de Copenhague. Pasó a la historia como uno de los científicos más estrambóticos, después de Leonardo da Vinci, a quien por cierto, visitó uno de nuestros agentes que jamás regresó. Se dice de Franz que, a principios del siglo xxi, abandonó el puesto de trabajo que tenía en el laboratorio de física del CERN y construyó en secreto la primera máquina para viajar en el tiempo. Él afirmó, y juró mil y una veces que había enviado a alguien al pasado, pero ni la máquina ni su tripulante regresaron nunca. Lo cierto es que nunca nadie los vio. El profesor Franz era conocido por los  peculiares inventos que solía patentar. Es un personaje que aparece en todos los libros de historia de la ciencia. Lamentablemente, cada vez menos. Nos estamos olvidando de nuestro pasado.
— ¿Pasado?
— Sí señor Vondt…
— Jakob
— Perdón, Jakob. Pasado. Lo que me lleva a lo siguiente. ¿Dónde, o más bien, cuándo, supone que está usted ahora?
— A estas alturas, no tengo ni idea, se suponía que…
Chita le interrumpió.
— Cuando entró usted, Jane, el señor Vondt, Jakob, nos estaba explicando que se había embarcado en una máquina construida para retroceder en el tiempo. Una máquina obra del profesor Franz de Copenhague.
Jane quedó estupefacta.
— Entonces, ¿era verdad? ¿La construyó de verdad?
— Pues sí.
— Y,  ¿funcionó? — miró ansiosa a Vondt.
— No sé, no estoy seguro — respondió el agente suizo. — Dígamelo usted, dígame dónde o cuándo se supone que estoy.
— 12 de junio del año 2239, base de crononaves de Roissy CDG — le informó Arnie, que también acababa de regresar del hangar, donde había inspeccionado la nave de Vondt.
Jakob contempló atónito la aparición. Un hombre alto, casi dos metros, cabello rubio, mandíbula cuadrada y cuerpo de culturista. El androide le recordaba a alguien, pero no acababa de saber a  quién.
— Pues parece que funcionó, pero no de la forma prevista — bromeó Chita. — Le presento a Arnie Schwarz, un androide de última generación.
— ¿Androide?, parece un hombre real.
— Sí, ya le he dicho que era de última generación, lo más parecido a un ser humano que hemos podido conseguir, salvo por los ojos.
— Señor Vondt, — habló Arnie —  estoy analizando su nave para intentar averiguar cómo se perdió usted en el bucle, y necesito completar los datos encontrados. Hay algo que no cuadra, y no acabo de encontrarlo. Necesito que me dé usted alguna información. ¿De cuándo procede usted?
— ¿De cuándo?
— Sí — insistió Arnie. — ¿En qué fecha salió y a qué fecha se suponía que tenía que llegar?
— Me embarqué en la máquina del profesor Franz el 1 de marzo del 2015.
— ¡2015! — corearon y repitieron todos al unísono.
— Eso es casi cincuenta años antes del primer viaje por el tiempo documentado oficialmente. — explicó el comandante Chita. — Y en ese primer viaje, en la máquina viajaron un hombre y un chimpancé. A su regreso, el hombre tenía todo su tejido celular alterado, prácticamente destruido, y el del chimpancé estaba intacto. Por eso se modificaron genéticamente varios individuos de Pan troglodytes, el antiguo chimpancé común. Así, pudieron  adquirir la capacidad e inteligencia humanas. Ahora la tripulación de nuestras crononaves la formamos los descendientes de los primeros Pan sapiens, como pilotos, y los copilotos son siempre  androides.
El doctor Who pareció recordar algo.
— Por cierto, tendré que hacerle un reconocimiento en todo detalle, señor Vondt, para asegurarnos de que está usted bien. ¿Cuántos años tiene?
— Cuarenta y uno.
— ¡Oh! ¿De verdad? —  “Era de esperar”, pensó. —  Enfermera, vaya preparándolo todo..
Arnie retomó el mando de la conversación.
— ¿Y cuál era su fecha de destino, señor Vondt?
— El día anterior, el 29 de febrero del 2015.
Las LEDs de las pupilas de Arnie parpadearon a gran velocidad.
— Señor Vondt, ¿qué calendario se utilizaba en el año 2015?
— Lo siento, no entiendo la pregunta.
— La formularé en otros términos. ¿Cuántos días tenía cada mes en el año 2015?
— Se alternan, entre treinta y treinta uno. Menos febrero, que tiene veintiocho y en años bisiestos…  —  calló de repente. Tras unos minutos de silencio, añadió, anonadado — ¡Oh, Dios mío, claro! ¿Cómo podré haber sido tan estúpido?
— Afirmativo, señor Vondt. Con todos mis respetos, estúpido es la palabra exacta. 2015 no era año bisiesto.
— Pero… un momento… — reflexionó un instante — ni el profesor Franz ni el coronel Weissmüller… ¡joder! ¡Qué cabrones!
Todos permanecieron en silencio unos minutos. Finalmente, Vondt habló de nuevo:
—  Entonces, la misión ha fracasado.
— Todavía no, señor  Vondt, — respondió Arnie — creo que podremos ayudarle, ¿no es cierto, comandante Chita? Y tal vez a la señorita Jane le den un importante premio por su descubrimiento: la máquina del tiempo del profesor Franz de Copenhague.

El profesor Franz y el coronel Weissmüller permanecieron en silencio unos instantes antes de reaccionar a la emoción de ver desaparecer la máquina en medio de la deslumbrante luz blanca. Franz tecleó los controles para permitir el regreso de la máquina y luego los dos hombres se dirigieron a un pequeño armario. El profesor sacó una botella de coñac y sirvió dos copas.
— Por el éxito de la misión, — brindaron.
— Profesor, la nave, ¿no tendría que estar ya de regreso? — preguntó Weissmüller, al cabo de un rato, tras mirar su reloj.
En ese preciso instante, sonó el timbre de la puerta. El profesor Franz se acercó al intercomunicador y vio en la pantalla el rostro sonriente del doctor Eisenstein, acompañado de un chimpancé vestido con una especie de mono de astronauta, un gigante rubio de rostro inexpresivo y parpadeantes pupilas rojas, una rubia platino con un impresionante busto y vertiginoso escote,  y un anciano centenario y arrugado en una silla de ruedas cuyas facciones, con cara de muy malas pulgas, recordaban vagamente a las del agente Vondt.


Copyright: Rosa Salleras, así que por favor, no me lo fusiles sin permiso ni sin avisar, gracias.

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