El profesor Franz de Copenhague
terminaba de ajustar la última pieza de la máquina que estaba construyendo
cuando sonó el timbre de la puerta de su laboratorio secreto en Meyrin, cerca
de las instalaciones del CERN. Se acercó al interfono y vio en la pantalla el
rostro del coronel Johannes Weissmüller, de los servicios de inteligencia
suizos. Pulsó el botón para abrir la puerta exterior y al cabo de unos minutos
recibía al coronel y a un desconocido apuesto y elegante de unos cuarenta años que
le acompañaba.
— Profesor Franz, ¿qué tal?
— Bien, gracias, coronel. Hace buen
tiempo para esta época del año, ¿no le parece?
— En realidad ahora mismo está lloviendo.
— Por suerte siempre tengo un paraguas
en el laboratorio. No esperaba su visita
hoy, ¿qué le trae por aquí?
— Tenemos un problema. Acaban de
encontrar al doctor Eisenstein muerto en su coche, mientras venía a trabajar. Y
han desvalijado su casa. Se han llevado su ordenador, y también el portátil que
siempre llevaba en el coche. Sus llaves, maletín, documentos, todo.
— ¿Muerto? ¿Cómo? ¿Dónde?
— Un tiro. Un francotirador. — respondió
el otro hombre.
— Y usted, ¿quién es?
— Perdone profesor, — se excusó el
coronel — no les he presentado. Vondt, Jakob Vondt.
— Encantado, señor Vondt.
— El comandante Vondt es el mejor agente
de los servicios suizos de inteligencia — aclaró el coronel — Ingeniero
informático y agente de campo entrenado por la CIA, el MI6 y el Mossad, además
de especialista en asuntos económicos. Le he pedido que me acompañe porque la
muerte de Eisenstein nos obliga a cambiar de planes.
— ¿Cambiar de planes?
— Sí. Quienquiera que fuera el asesino y
sus cómplices que robaron los ordenadores de Eisenstein tienen ahora toda la
información del proyecto “Cronos” y no podemos permitir que la utilicen.
— Pero los archivos de Eisenstein están
protegidos por claves de seguridad, ¿no? ¿Usted cree que podrán descubrirlas?
— Me temo que sí, el profesor Eisenstein nunca
ha sido muy precavido con estas cosas. Estaba convencido de que tan poca gente
estaba al corriente de nuestro proyecto que sus claves eran muy poco seguras.
Cualquier hacker un poco hábil las descubrirá.
— ¡Oh!, vaya, eso sí que es un
inconveniente.
— Caramba, profesor, ¿pasó mucho tiempo
en Inglaterra? — intervino irónico el
agente secreto.
Al profesor se le heló la sonrisa, que
se cayó al suelo donde se rompió con un sonoro crujido.
— Pues sí, unos cuantos años en la
universidad de Cambridge…
Weissmüller interrumpió la cortés
conversación.
— El agente Vondt es a quien hemos estado
entrenando para llevar a cabo la operación. ¿Está lista la máquina?
— Sí, hace un rato que acabo de instalar
las últimas piezas y terminar de ajustar los instrumentos.
— Perfecto. Vondt la estrenará.
Necesitamos que retroceda en el tiempo veinticuatro horas e impida el asesinato
de Eisenstein.
— ¡Pero si todavía no la he podido
probar! Las primeras pruebas no estaban previstas hasta la semana que viene y
todavía no me han traído a los chimpancés que íbamos a enviar en el primer
viaje.
— Correremos ese riesgo.
— El agente Vondt tampoco conoce la
máquina.
— Sí que la conoce. Recuerde que hemos
construido un simulador a partir de los planos que nos entregó usted.
— Tampoco sabemos qué puede pasarles
exactamente a las células humanas al estar sometidas a la energía necesaria para
crear el agujero de gusano que nos permitirá viajar en el tiempo con esta
máquina, ni qué efectos podrá tener sobre ellas el desplazamiento en el tiempo.
— Todas las simulaciones y cálculos
predicen que no puede pasar nada. El aislamiento de la cabina está calculado
para eso ¿no?
— Sí, claro, pero no dejan de ser
teorías, simulaciones y predicciones. No hasta que la probemos varias veces con
los chimpancés y analicemos los resultados de las pruebas.
— Correremos ese riesgo, y Vondt ya es
consciente del peligro. Usted deje la máquina programada para que esté de
regreso varios minutos después de la hora de salida, por si ocurriera algún
imprevisto y Vondt no estuviera en condiciones de hacerlo él mismo. Debemos
actuar de inmediato, de lo contrario las consecuencias pueden ser desastrosas.
— Pero… tampoco sabemos qué
consecuencias puede tener cambiar el pasado.
— Pronto lo averiguaremos, ¿no le
parece? Además, ese era de todos modos nuestro plan original. Regresar al
pasado y modificarlo para que nuestra economía dominara el mundo y la banca
suiza controlara todos los movimientos financieros del mundo. Llevamos años
preparándolo, estudiando los puntos donde realizar los cambios y analizando los
problemas de las paradojas, las líneas temporales relativas y el retroceso
cuántico. No podemos dejar que se nos vaya ahora al traste.
— ¿Sabemos al menos quién ha asesinado a
Eisenstein y robado la información?
— Sospechamos de una organización
secreta de físicos fundamentalistas religiosos que se hace llamar “Defensores
del sagrado tiempo”. — Respondió Vondt. — Se trata de una organización secreta fundada a principios del
siglo xvi y que reapareció en
1969, cuando uno de los monjes de San Basilio descubrió en el interior del Códice
Atlántico, que estaban restaurando, un documento oculto, los planos de Leonardo
de Vinci de una máquina para viajar en el tiempo. Al parecer, la máquina de Da
Vinci debía construirse en el interior del túnel de viento que inventó para
probar sus máquinas voladoras.
— Interesante, desconocía la existencia de esta
organización.
— Ya le he dicho que era secreta, profesor.
— ¿Y qué proponen hacer ahora? — El
profesor Franz miró, interrogante, a Vondt y a Weissmüller.
— Retroceder en el tiempo un día, e ir a
buscar a Eisenstein y llevarlo a un lugar seguro para impedir que lo maten.
Tenemos un piso franco disponible en esta zona, cerca de la entrada del CERN. Y
el dispositivo de seguridad lleva tiempo montado en previsión de cualquier
posible incidente.
— ¡Ah, la eficacia suiza! Muy bien — asintió
el profesor en tono resignado. — Vamos allá. Señor Vondt, ahí tiene la máquina.
¿Lleva usted equipaje o material que necesite?
— Sí.
— Le aconsejo que no lo lleve encima. Y
que se quite toda la ropa, por si acaso. Tiene una caja en la cabina donde guardarlo
todo. Asegúrese de cerrarla bien.
— De acuerdo.
Vondt se dirigió a la máquina, dudó un
instante antes de entrar, respiró hondo y se introdujo en la cabina ovalada con
paso firme. Era bastante amplia, podía permanecer en pie en ella, y el único equipamiento,
aparte de todos los controles, eran una silla en el centro y un baúl hermético
pegada a ella. El profesor Franz cerró la escotilla tras él y salió del
laboratorio en compañía de Weissmüller. Cerraron y sellaron la puerta y se
instalaron en la sala de control.
Franz encendió la radio, conectó la
cámara de la máquina Cronos y se acercó al micro.
— Vondt, ¿está usted bien?
— Afirmativo.
— ¿Oxígeno?
— Niveles correctos.
— ¿Temperatura?
— 26 grados.
— ¿Presión?
— Una atmósfera.
— Introduzca hora, día y año de destino,
y longitud y latitud del punto geográfico al que desea llegar — Se volvió hacia
el coronel — Es de manejo muy sencillo,…
— Nueve cero cero de la mañana, 29 de
febrero de 2015. A 46°13’ norte y 06°06’este.
—… tiene una pantalla táctil inspirada
en el iPad 16.5.
— ¡Profesor, ya está! — se oyó a Vondt por el altavoz de la radio.
— ¡Ah sí! Perdone señor Vondt. Introduzca
ahora la hora, día y año previstos para iniciar el viaje de regreso. Recuerde
que la máquina regresará sola si usted no está en su interior en el instante
preciso programado.
— Muy bien, no lo olvidaré. Hecho.
— Y por último, los mismos datos del
momento al que desea regresar. Ahora son las doce y cinco minutos de la tarde
del día 1 de marzo del 2015.
— El regreso a las doce y quince minutos
de la tarde del 1 de marzo del 2015. A 46°13’ norte y 06°06’ este. Ya está.
— Muy bien. Vamos allá entonces. Active
ahora el control de encendido de los aceleradores de partículas. El resto se
activa automáticamente. ¡Buena suerte!
— ¡Buena suerte Vondt! — coreó el
coronel Weissmüller.
El profesor y el coronel se pusieron las
espesas gafas oscuras que había sobre la mesa de control y Franz se recostó
sobre el respaldo de la silla. Al otro lado del grueso cristal que separaba la
sala de controles del laboratorio, la cápsula ovalada empezó a girar sobre si
misma, se encendió una luz blanca que alcanzó una intensidad cegadora, el
zumbido de los aceleradores de partículas fue en aumento hasta hacerse casi
ensordecedor y, de repente, se hizo el silencio, la cegadora luz blanca
desapareció y la plataforma sobre la que se hallaba la máquina apareció vacía.
Los dos hombres se quitaron las gafas protectoras.
El comandante vio pasar el extraño objeto. Se giró hacia su
copiloto, Arnie Schwarz, un androide de última generación, y se lo señaló.
— ¡Míralo! Ahí está otra vez.
Arnie miró el objeto no identificado y
analizó los datos que recibía de él. Al cabo de unos segundos contestó:
—Tiene problemas. Parece una crononave
muy primitiva. Es la tercera vez que nos la cruzamos por esta línea temporal — El
parpadeo de las minúsculas LEDs rojas en
sus pupilas indicaba que todos sus chips estaban procesando datos a una gran
velocidad. — Intenta hacer coincidir las líneas de tiempo, a ver si puedo
comunicarme con la computadora de a bordo.
— Muy bien, reduzco la carga energética.
— Ya está, mantente ahí si puedes.
Arnie orientó su vista hacia el extraño
objeto y el parpadeo de sus rojas pupilas se aceleró. Al cabo de unos instantes
se volvió hacia el comandante.
— Efectivamente, es un vehículo muy
primitivo para viajar en el tiempo. Los datos indican que ha entrado en el
bucle infinito de una curva temporal cerrada de la que no puede salir. Parece
que en su interior hay un ser vivo, pero inactivo.
— ¿Un bucle infinito? ¿Cómo es posible?
— Lo ignoro. No tengo datos suficientes
para dar respuesta a esa pregunta.
— ¿Puedes intervenir su sistema de
navegación para hacerlo salir del bucle?
— Lo intentaré. El sistema es muy
rudimentario. Necesitaré el teclado.
— ¿El teclado? Pues sí que es antiguo.
Suerte que siempre llevamos uno por si acaso fallan los otros sistemas.
Arnie permaneció en silencio unos
minutos, mientras tecleaba en el antiquísimo mecanismo de entrada de datos a la
computadora.
— Creo que ya está. He logrado entrar en
su ordenador e instalar un programa de acceso remoto para poderlo controlar
desde aquí. Vamos a ver si funciona. Regresemos, espero que ese trasto lo haga
con nosotros.
Unos minutos más tarde, en el hangar de
llegada de la base, una lluvia de partículas se transformaba en la crononave
del comandante Chita. Jane, la ingeniera de guardia, ya estaba a punto de
cerrar el agujero de gusano por el que había regresado, cuando apareció otra
nube de partículas que, una vez reunificadas, se transformaron en un extraño
objeto.
— Comandante Chita, ¿qué diablos es eso?
— lanzó extrañada en dirección al micrófono.
— A saber. Estaba perdido en un bucle
temporal. Lo hemos traído porque al parecer hay un ser vivo en su interior.
Jane se aseguró de que el agujero estaba
bien cerrado y entró en el hangar de llegada.
Chita y Arnie desembarcaron de su
crononave y se acercaron al extraño objeto en forma de huevo. Encontraron una
escotilla, la abrieron y, en el interior encontraron un hombre desnudo sentado
en el sillón central de la cabina.
— ¿Un hombre?
— Eso parece, Jane — respondió el
comandante.
— ¡Y en pelotas! — comentó la ingeniera.
Se quedó mirando fijamente el vientre desnudo del hombre. — ¡Uau! Hace tiempo que no
veo uno así de este tamaño.
— ¡Tranquila!, ya tendrá tiempo para eso.
— Lo dudo, no creo que él pueda ya. Una
lástima… ¿Está vivo?
Arnie se acercó al hombre y le puso la
mano ante el rostro. Sus sensores táctiles detectaron vida.
— Vivo, pero inconsciente. Llevémoslo a
la enfermería, a ver qué podemos hacer por él.
Lo colocaron sobre una camilla y lo
llevaron a la enfermería.
— ¡Doctor Who! Le traemos un paciente,
un hombre inconsciente.
— ¿Un hombre? ¿Qué le ha pasado?
— No sabemos — respondió Arnie — No
tenemos datos suficientes para saberlo. — Le explicó entonces con todo detalle
y gran precisión cómo y dónde lo habían encontrado.
— Colóquenlo en esa cama. Enfermera Thatcher,
conéctelo al escáner de diagnóstico, a ver qué le pasa y si podemos reanimarlo.
— Sí doctor.
— Doctor, Arnie y yo nos vamos a
examinar la nave de ese hombre, o lo que sea ese aparato — se despidió Chita.
El doctor se sentó en una mesa ante una
serie de controles, pantallas y diales, e inició el mecanismo de diagnóstico
rápido del escáner.
— Está vivo, las constantes vitales
están bien, tan sólo ha perdido el conocimiento. Lo reanimaré.
El doctor acercó una mascarilla de
oxígeno al rostro del extraño e inyectó en el conducto un complejo de sales. La
respiración del extraño se aceleró, y empezó a parpadear. Por fin, su
respiración se tranquilizó, abrió los ojos y el doctor Who le retiró la
máscara.
— Buenos días — saludó el doctor.
— Buenos días, — respondió el extraño,
mecánicamente. Se sobresaltó al oír su propia voz.
— ¿Cómo se encuentra?
El extraño echó un vistazo a su alrededor
y preguntó, extrañado..
— ¿Dónde estoy? ¿Un hospital? ¿Qué ha
pasado?
— Enfermería de la base de crononaves de
Roissy CDG. Soy el doctor Who, y ella, la enfermera Thatcher. En cuanto a qué
ha pasado, tal vez nos lo pueda explicar usted. Le encontraron perdido en el
bucle infinito de una curva temporal cerrada, una línea de tiempo en la que
había usted quedado atrapado y de la que le hemos sacado mediante…
— ¿Qué…? ¿Bucle infinito… curva…
temporal cerrada? Oiga, ¿podría usted traducir todo eso en algo que yo
entienda?
— Eso es de escuela primaria. ¿De dónde
viene usted? — respondió sorprendido el
doctor.
El extraño se incorporó en la cama, a la
defensiva.
— Y ustedes, ¿quiénes son?
— Ya se lo he dicho, doctor Who y
enfermera Thatcher, de la base de crononaves de Roissy CDG…
El comandante Chita entró en aquel
momento en la enfermería llevando ropa en la mano.
— He encontrado esto en el aparato de
ese hombre, supongo que debe de ser su ropa.
Al desconocido, estupefacto, por poco le
saltan los ojos de las órbitas.
—
¿Qué…? ¿Qué es eso? ¿Un mono que habla?
— ¡Oiga, señor, más respeto!— respondió
Chita, ofendido.
El doctor miró al hombre, luego a Chita.
— Le presento al comandante Chita. Él y
su copiloto Arnie Schwarz son quienes le han rescatado y traído hasta aquí.
— ¡¿Un mono, me ha rescatado un mono?!
El doctor colocó su mano sobre el hombre
del comandante como para tranquilizarlo y retenerlo.
— No señor, un mono, no. — aclaró el
doctor Who. — Un chimpancé, y no se trata de un chimpancé cualquiera. El
comandante Chita es del género Pan
sapiens, una variante de chimpancé modificada genéticamente a finales del
siglo xxi. Arnie, por su parte es
un androide de última generación…
Dejó de hablar, ante la expresión estupefacta
del hombre en la cama. Chita decidió tomar las riendas de la conversación.
— Creo que será mejor que procedamos a
la inversa, doctor. Señor,… señor, ¿cómo se llama, por favor?
— Vondt, Jakob Vondt.
— Encantado de conocerle, señor Vondt. —
levantó hacia él su peluda mano y Vondt, instintivamente, se sintió inclinado a
rechazarla, pero la cortesía y la amabilidad del chimpancé le desconcertaban
tanto que, mecánicamente, tendió la mano y se la dejó estrechar. — Muy bien,
señor Vondt, díganos ahora, ¿qué hacía perdido en el tiempo?
Vondt vaciló unos instantes, antes de
contestar, pero ante un chimpancé parlante al que llamaban comandante, ¿qué
sentido tenía guardar el secreto de su misión? Por otra parte, tenía que
averiguar qué había pasado.
— No tengo ni idea. Lo último que
recuerdo es que tenía la misión de retroceder en el tiempo veinticuatro horas
para impedir un asesinato y, para ello, me embarqué en una máquina construida
por el profesor Franz de Copenhague.
En aquel preciso momento, la ingeniera
Jane entró en la enfermería.
— ¿Franz de Copenhague? — preguntó.
— Sí, ¿lo conoce? — la mirada de Vondt
quedó clavada en las marcadas curvas de la ingeniera, y en el vertiginoso
escote que el ajustado mono de trabajo no ocultaba. Levantó las rodillas para
ocultar la erección que solía provocarle este tipo de apariciones, pero la
erección apenas duró un instante.
Jane estalló en carcajadas, dominada por
una risa incontenible que duró varios minutos. A Vondt le extrañó que debajo de
la sábana no ocurriera nada más.
— ¿Conocerle, conocerle dice? — logró
decir entre hipidos y secándose las lágrimas que le corrían por las mejillas. —
Perdone, en seguida vuelvo, tengo que ir al lavabo — salió a toda prisa,
todavía riendo y sujetándose las costillas.
— La señorita es una autoridad mundial en
el campo de la historia de la ciencia, ¿sabe? Es doctora cum laude en
paleoantropología científica, especializada en la ya obsoleta mecánica cuántica
y sus aplicaciones al campo de la medicina humana en el siglo xxi, y doctora en astrofísica molecular,
también con calificación cum laude. Y es además una de las mejores ingenieras
de crononaves de…
— Perdone, señor… — se excuso Jane, que
acababa de regresar.
— Vondt, Jakob Vondt.
—... señor Vondt. ¿Puedo llamarle Jakob?
— Siempre que usted quiera, señorita…
—
Mansfield, Jane Mansfield. Puede llamarme Jane.
—… señorita Jane.
— Le ruego que perdone mi ataque de
risa, no quise ofenderle. Me sería imposible conocer en persona al profesor
Franz de Copenhague. Pasó a la historia como uno de los científicos más
estrambóticos, después de Leonardo da Vinci, a quien por cierto, visitó uno de
nuestros agentes que jamás regresó. Se dice de Franz que, a principios del
siglo xxi, abandonó el puesto de
trabajo que tenía en el laboratorio de física del CERN y construyó en secreto
la primera máquina para viajar en el tiempo. Él afirmó, y juró mil y una veces
que había enviado a alguien al pasado, pero ni la máquina ni su tripulante
regresaron nunca. Lo cierto es que nunca nadie los vio. El profesor Franz era
conocido por los peculiares inventos que
solía patentar. Es un personaje que aparece en todos los libros de historia de
la ciencia. Lamentablemente, cada vez menos. Nos estamos olvidando de nuestro
pasado.
— ¿Pasado?
— Sí señor Vondt…
— Jakob
— Perdón, Jakob. Pasado. Lo que me lleva
a lo siguiente. ¿Dónde, o más bien, cuándo, supone que está usted ahora?
— A estas alturas, no tengo ni idea, se
suponía que…
Chita le interrumpió.
— Cuando entró usted, Jane, el señor
Vondt, Jakob, nos estaba explicando que se había embarcado en una máquina
construida para retroceder en el tiempo. Una máquina obra del profesor Franz de
Copenhague.
Jane quedó estupefacta.
— Entonces, ¿era verdad? ¿La construyó
de verdad?
— Pues sí.
— Y,
¿funcionó? — miró ansiosa a Vondt.
— No sé, no estoy seguro — respondió el
agente suizo. — Dígamelo usted, dígame dónde o cuándo se supone que estoy.
— 12 de junio del año 2239, base de
crononaves de Roissy CDG — le informó Arnie, que también acababa de regresar
del hangar, donde había inspeccionado la nave de Vondt.
Jakob contempló atónito la aparición. Un
hombre alto, casi dos metros, cabello rubio, mandíbula cuadrada y cuerpo de
culturista. El androide le recordaba a alguien, pero no acababa de saber a quién.
— Pues parece que funcionó, pero no de
la forma prevista — bromeó Chita. — Le presento a Arnie Schwarz, un androide de
última generación.
— ¿Androide?, parece un hombre real.
— Sí, ya le he dicho que era de última generación,
lo más parecido a un ser humano que hemos podido conseguir, salvo por los ojos.
— Señor Vondt, — habló Arnie — estoy analizando su nave para intentar
averiguar cómo se perdió usted en el bucle, y necesito completar los datos
encontrados. Hay algo que no cuadra, y no acabo de encontrarlo. Necesito que me
dé usted alguna información. ¿De cuándo procede usted?
— ¿De cuándo?
— Sí — insistió Arnie. — ¿En qué fecha
salió y a qué fecha se suponía que tenía que llegar?
— Me embarqué en la máquina del profesor
Franz el 1 de marzo del 2015.
— ¡2015! — corearon y repitieron todos
al unísono.
— Eso es casi cincuenta años antes del
primer viaje por el tiempo documentado oficialmente. — explicó el comandante
Chita. — Y en ese primer viaje, en la máquina viajaron un hombre y un
chimpancé. A su regreso, el hombre tenía todo su tejido celular alterado,
prácticamente destruido, y el del chimpancé estaba intacto. Por eso se
modificaron genéticamente varios individuos de Pan troglodytes, el antiguo chimpancé común. Así, pudieron adquirir la capacidad e inteligencia humanas.
Ahora la tripulación de nuestras crononaves la formamos los descendientes de
los primeros Pan sapiens, como
pilotos, y los copilotos son siempre androides.
El doctor Who pareció recordar algo.
— Por cierto, tendré que hacerle un
reconocimiento en todo detalle, señor Vondt, para asegurarnos de que está usted
bien. ¿Cuántos años tiene?
— Cuarenta y uno.
— ¡Oh! ¿De verdad? — “Era de esperar”, pensó. — Enfermera, vaya preparándolo todo..
Arnie retomó el mando de la
conversación.
— ¿Y cuál era su fecha de destino, señor
Vondt?
— El día anterior, el 29 de febrero del
2015.
Las LEDs de las pupilas de Arnie
parpadearon a gran velocidad.
— Señor Vondt, ¿qué calendario se
utilizaba en el año 2015?
— Lo siento, no entiendo la pregunta.
— La formularé en otros términos.
¿Cuántos días tenía cada mes en el año 2015?
— Se alternan, entre treinta y treinta
uno. Menos febrero, que tiene veintiocho y en años bisiestos… — calló de repente. Tras unos minutos de
silencio, añadió, anonadado — ¡Oh, Dios mío, claro! ¿Cómo podré haber sido tan
estúpido?
— Afirmativo, señor Vondt. Con todos mis
respetos, estúpido es la palabra exacta. 2015 no era año bisiesto.
— Pero… un momento… — reflexionó un
instante — ni el profesor Franz ni el coronel Weissmüller… ¡joder! ¡Qué
cabrones!
Todos permanecieron en silencio unos
minutos. Finalmente, Vondt habló de nuevo:
—
Entonces, la misión ha fracasado.
— Todavía no, señor Vondt, — respondió Arnie — creo que podremos
ayudarle, ¿no es cierto, comandante Chita? Y tal vez a la señorita Jane le den
un importante premio por su descubrimiento: la máquina del tiempo del profesor
Franz de Copenhague.
El profesor Franz y el coronel
Weissmüller permanecieron en silencio unos instantes antes de reaccionar a la
emoción de ver desaparecer la máquina en medio de la deslumbrante luz blanca.
Franz tecleó los controles para permitir el regreso de la máquina y luego los
dos hombres se dirigieron a un pequeño armario. El profesor sacó una botella de
coñac y sirvió dos copas.
— Por el éxito de la misión, —
brindaron.
— Profesor, la nave, ¿no tendría que
estar ya de regreso? — preguntó Weissmüller, al cabo de un rato, tras mirar su reloj.
En ese preciso instante, sonó el timbre
de la puerta. El profesor Franz se acercó al intercomunicador y vio en la
pantalla el rostro sonriente del doctor Eisenstein, acompañado de un chimpancé
vestido con una especie de mono de astronauta, un gigante rubio de rostro
inexpresivo y parpadeantes pupilas rojas, una rubia platino con un
impresionante busto y vertiginoso escote, y un anciano centenario y arrugado en una
silla de ruedas cuyas facciones, con cara de muy malas pulgas, recordaban
vagamente a las del agente Vondt.
Copyright: Rosa Salleras, así que por favor, no me lo fusiles sin permiso ni sin avisar, gracias.